Orlando Fals Borda y la Universidad Participativa


| Por: Luis Guillermo Jaramillo Echeverri* / El Mensaje |

 

Los cánones de cientificidad-empresa perfilan la vida universitaria a través de un ecosistema que se alimenta de sí mismo; hedonismo abigarrado desde el cual se autoproclama como camino válido para comprender las comunidades y vida que al interior de ellas se desenvuelve. No obstante, por los resquicios de una sociedad fracturada –que impone sus lógicas de mercado a los más vulnerables– se asoma una sociedad desafiante que demanda dignidad desde los lugares donde es más débil. Al hacerlo nos recuerda que las prácticas cotidianas tejen la trama de la vida más que las instituciones que intentan prescribir los modos de ser y estar en este mundo.

 

En el año 2017 el docente universitario José Omar Zúñiga Carmona recorrió los ondulados cerros del Macizo Colombiano con una comisión de la Universidad del Cauca, en representación de un programa de maestría que se ofertó a profesores de sectores urbanos y rurales de instituciones de Educación Básica y Media. Su visita incluyó municipios y veredas afectadas por el conflicto armado donde la presencia universitaria se había convertido en un recuerdo lejano entre sus habitantes. Al volver comentó que uno de los líderes comunales les recibió con las siguientes palabras: ¡Qué bueno que la universidad haya regresado a la región a aprender!

 

Las palabras de alborozo del líder comunal no fueron por la oferta académica para los maestros y maestras, ni porque llegaran con “nuevo conocimiento” para compartir, sino porque esperaba que a la universidad se llevaran buenas nuevas –o a lo mejor no tan buenas–de sus vidas regionales; que contaran cómo se recorren las tierras maciceñas irrigadas de existencia campesina, indígena y afro- descendiente… a paso de trocha y camino de buey. Esta universidad que se articula con las comunidades fue la que promulgó insistentemente el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda, no como un eje misional o norma jurídica del quehacer universitario, sino como compromiso itinerante y dialogante con las regiones.

 

Desde los inicios de su vida laboral y universitaria el maestro Fals Borda se implicó para que colegas y estudiantes comprendieran las problemáticas sociales de las regiones con el fin de asumir el compromiso de ayudar a la transformación de sus realidades. Cuestionó la investigación que se limitaba a la aplicación de instrumentos técnicos y no tenía una relación implicativa con los participantes. Así lo comentó sobre uno de sus primeros proyectos de investigación con el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (INCORA) y la Universidad Nacional de Colombia, asociado al problema de la tierra en Cunday – Tolima: “allá fuimos a caballo con los estudiantes, y fue una expedición, un contrato formal. Se vio allí una participación directa de la Universidad en la búsqueda de soluciones a problemas concretos. Fue el comienzo de ese nuevo concepto que ya tomó mucha fuerza ahora, que es el de la universidad participativa, un movimiento mundial que articula la universidad con la sociedad” (2009, p. 32).

 

Universidad participativa que va tras la búsqueda de soluciones a problemas concretos a partir de un contacto directo con la vida de las comunidades, sus maneras de inventar y reinventar el día a día, y cómo sortean sus decisiones en medio de dificultades y esfuerzos. Esto lo había encarnado el maestro Fals incluso antes de ser docente universitario. Se implicaba a tal punto que se sentía un poblador más de la región, como le sucedió en la vereda de Saucío – Cundinamarca: “con ellos aprendí de todo lo que es la vida, me enseñaron desde cómo sacar la papa hasta cómo guiar los bueyes, el uso de la hoz... me convertí en un campesino con ruana y con sombrero, igualito como un campesino de allí. Empecé a hablar como ellos ¡y a bailar!, aprendí a bailar torbellino y bambuco, a tocar tiple y a cantar con ellos” (p. 19).

 

En la obra del maestro Orlando se puede leer cómo encarnó un modo de enseñar y ser enseñado por los otros a través de una ciencia social comprometida. Por lo general desde las ciencias socia les se pretende prescribir la vida de las comunidades desde supuestos teóricos; relación que se sustenta no en una comprensión del otro sino como extensión universitaria. Contrario a esto, consideró que las teorías sirven como posibilidad para empoderar la participación comunal y que estar en terreno o campo es lo que hace que las teorías cobren o no pertinencia en el entramado relacional universitario como una ampliación de horizontes de sentido.

 

Esto implica, como lo enunció con fervor en el ocaso de sus días, asumir una práctica comprometida desde la Investigación Acción Participativa (IAP). Práctica que no se enseña en un salón de clases, sino que es “salir al terreno dándole continuidad en el tiempo, no [estando] sujeta a las reglas formales de la academia porque eso contradice toda su filosofía (…). No es extensión universitaria como una cosa ahí, de universidad que sale a ver qué pasa, pero sin ningún compromiso. La idea es de universidad participativa que implica una IAP fiel a las intuiciones del inicio” (p. 34).

 

La universidad participativa, según este filósofo de la vida, no es solo la que está comprometida con la transformación de las comunidades, sino que va transformándose a sí misma por la relación implicativa que tiene con ellas, lo que abre posibilidades de interpelación de sus propios estatutos de verdad. No se desconoce con ello el progreso de las ciencias sociales, más se trata de comprender que la participación es mucho más que extensión, intervención, aplicación o asistencia comunitaria. Para Fals Borda “la educación debe hacerse no pensando en la academia sino en el mundo, en la vida, en el contexto. Es educar en los problemas reales. Obliga a transformar las Facultades y Departamentos y hacer estructuras con base en problemas sociales y contextos culturales y no con base en problemas formales de la institución” (p. 52).

 

Imaginemos entonces la universidad vestida de estudiante, saliendo a las siete de la mañana con un morral en sus espaldas, dispuesta a dejar que el brillo de sus ojos se coloree con los diferentes paisajes interculturales que no encuentra en el currículo universitario. Sale de la institucionalidad para encontrarse con personas y líderes comunales que gustan del sabor de la palabra y se sien- tan a compartir al calor de sus haceres y saberes. Después de un tiempo, en la mixtura de un conocimiento saborizado (co-saber), regresará a su casa universitaria llena de testimonios compartidos que le dan pertinencia a su disciplina y, sobre todo, que le permiten construir con otros un lugar en la sociedad. Ha caminado no para extenderse sino para compartir un andar… una experiencia en acción que le transforma.

 

*Universidad del Cauca

 

Referencias:

 

Cendales, L.; Torres, F. y Torres, A. (2009). Uno siembra la semilla, pero ella tiene su propia dinámica. En: Maestras y maestros gestores de nuevos caminos. Cuadernillo No 49. Medellín.




Publicar un comentario

0 Comentarios