Tejiendo saberes: relatos y voces del feminismo en la Universidad del Tolima


| Por: Eylen Camila Álvarez Bonilla / Valery Dahiana Bonilla Rodríguez / Carol Valentina Osorio Sierra / Gabriela Pardo Castro* |

 

El feminismo puede entenderse como un conjunto de movimientos sociales, políticos, académicos y éticos que buscan cuestionar y transformar las desigualdades históricas entre los géneros. Más que una única corriente, se compone de múltiples perspectivas que reconocen que las opresiones no operan de la misma forma para todas las mujeres. Existen feminismos liberales, que buscan la igualdad formal y jurídica; feminismos radicales, que examinan la raíz patriarcal de las estructuras sociales; feminismos interseccionales, que analizan la convergencia entre género, clase, raza, etnia y sexualidad; feminismos comunitarios y decoloniales, que visibilizan las luchas de mujeres racializadas, indígenas y campesinas; así como feminismos populares y académicos, que surgen desde experiencias cotidianas y desde los espacios universitarios. Desde esta pluralidad conceptual, nosotras —cuatro narradoras, cuatro entrevistadoras— emprendimos un recorrido por distintas voces de la Universidad del Tolima para comprender cómo se vive, se entiende y se transforma el feminismo dentro del campus. Este texto narrativo es el resultado de ese camino compartido.

 

Primeras voces y aproximaciones al feminismo en el campus

 

El día en que empezamos este proyecto, el campus de la Universidad del Tolima vibraba con la actividad habitual de los estudiantes que se desplazaban entre facultades, salones y cafeterías. Mientras caminábamos juntas hacia la primera entrevista, nos invadía una mezcla de emoción, expectativa y responsabilidad. Habíamos leído la guía de texto narrativo, que insistía en que todo relato debía responder al quién, qué, cuándo y dónde; y nosotras lo teníamos claro: éramos cuatro estudiantes, entrevistadoras e investigadoras, dispuestas a escuchar y narrar las voces del feminismo en nuestra universidad.

 

Nuestro punto de partida fue la Unidad de Género, donde nos recibiría Natalia González, profesional encargada de la transversalización de la política de género. Recordamos cómo, antes de entrar, intercambiamos miradas que decían más que cualquier palabra: estábamos ante un trabajo que no solo exigía método y rigurosidad, sino también sensibilidad. No íbamos a recolectar datos, sino a abrir espacios para que otras mujeres compartieran sus experiencias, saberes, dolores y esperanzas.

 

Al entrar a la oficina, un ambiente tranquilo, iluminado por una ventana amplia, nos hizo sentir que ese era un buen lugar para empezar. Después de saludarnos, Natalia comenzó a hablar con la serenidad de quien conoce profundamente el tema. Su primera reflexión puso el tono de nuestra investigación: en la universidad, decía, hay personas que militan con conocimiento sólido, otras que apenas empiezan a acercarse al feminismo, y otras que lo entienden desde “estereotipos y prejuicios”. Esa diversidad de percepciones confirmaba que nuestro trabajo debía tener un enfoque amplio y sensible.

 

Escucharla nos permitió comprender que el feminismo, en esta institución, no es un discurso aislado ni una moda pasajera. Natalia nos explicó que, en su experiencia como egresada de sociología, el feminismo había estado presente al menos desde finales de su carrera, a través de asignaturas como sociología del género. Para ella, los feminismos y las luchas que los acompañan tienen un papel clave dentro de la universidad, tanto en el aula como en los movimientos estudiantiles. Su afirmación de que “en los últimos años se ve presencia de muchas colectivas feministas” resonó profundamente con nosotras. Allí supimos que las voces estudiantiles ocuparían un lugar central en nuestro relato.

 

Cuando le preguntamos qué cambios deseaba ver en la universidad, Natalia fue enfática: la equidad de género exigía una transformación en los espacios de toma de decisiones, más presencia de mujeres, incluidas mujeres trans y no binarias, y una apuesta permanente por incluir el enfoque de género en los currículos. Sus palabras nos llevaron a imaginar una universidad distinta, más justa y consciente. Mientras la escuchábamos, cada una de nosotras anotaba ideas, frases poderosas, sensaciones que se entrelazan con nuestras propias experiencias como estudiantes y mujeres dentro de la institución.

 

Terminar la primera entrevista nos dejó con una certeza inicial: el feminismo en la universidad no era un concepto abstracto, sino una presencia viva que se manifestaba en personas como Natalia y en los espacios donde su labor hacía posible que otras mujeres no estuvieran solas.

 

Las múltiples voces del campus

 

Tras despedirnos de Natalia, nos quedamos conversando bajo los árboles que rodean el Edificio de Ciencias. El sonido de los pájaros mezclado con murmullos estudiantiles nos acompañó mientras intentábamos procesar la riqueza de lo que habíamos escuchado. Era evidente que la universidad no era un escenario uniforme: conviven allí múltiples experiencias, perspectivas y tensiones. Y con esa sensación, nos dirigimos a la entrevista con Aura Falco, docente del Departamento de Biología y enlace de la Unidad de Género en su facultad.

 

Al encontrarnos con Aura, lo primero que sentimos fue su disposición a dialogar sin reservas. Nos habló con franqueza: aunque la universidad había hecho esfuerzos significativos en pedagogía sobre género, “todavía hace falta mejorar esa matriz de opinión” porque muchas personas siguen creyendo que el feminismo va en contra de los hombres. Desde nuestras sillas, asentíamos mientras recordábamos conversaciones en las que habíamos escuchado esa misma idea. Era un indicio de que el reto no era únicamente institucional, sino cultural.

 

Aura también nos compartió algo que nos golpeó: la baja asistencia a los eventos de sensibilización y formación sobre género. Dijo que, aunque quienes asistían lo hacían con interés genuino, “todavía hay poca gente que va” y que faltaba congruencia entre lo que muchos afirmaban sobre la importancia del feminismo y la participación real en las actividades. Esa reflexión nos interpeló directamente. ¿Cuántas veces habíamos visto convocatorias con apenas unos pocos asistentes?

 

La conversación tomó un tono más serio cuando tocamos el tema del feminicidio de Sharit, un caso que había marcado a la comunidad. Aura reconoció la dificultad jurídica del proceso, pero insistió en que los plantones y las movilizaciones eran fundamentales para mantener viva la memoria y la exigencia de justicia. Sus palabras nos hicieron sentir el peso de la responsabilidad colectiva: mantener viva la conversación también era una forma de acompañamiento.

 

Como narradoras tomamos nota de estas tensiones. Sin embargo, pronto descubrimos que en las colectivas estudiantiles circulaban otros relatos, más viscerales, más cercanos al dolor, pero también a la esperanza.

 

Las Áxidas: El feminismo como lucha colectiva

 

Terminada esa entrevista, nos dirigimos al encuentro con Las Áxidas, en particular con Luisa Ayala, integrante de Las Áxidas, una estudiante de Historia que conocía el feminismo desde la militancia y no solo desde la teoría. Con ella, la atmósfera cambió: ya no estábamos frente a funcionarias o profesoras, sino ante voces estudiantiles cuya experiencia encarnaba el dolor y la resistencia de la vida diaria en la universidad.

 

Su tono cercano y firme dejaba ver una conciencia política construida desde el activismo estudiantil. Para Luisa, el feminismo era “un conjunto de miradas” que buscaban desmontar el sistema patriarcal para poder “volver a mirar y volver a construir”. No había en su voz duda ni exageración; había claridad, convicción y también cansancio.  Desde su perspectiva estudiantil, nos habló de los múltiples feminismos que conviven dentro del campus y de cómo muchas veces se reducen o se malinterpretan. Relató que, desde su facultad, había visto cómo se trataba al feminismo como un monolito, pese a que existen tantas posturas como mujeres que lo habitan, el problema más grave era el “reduccionismo penal” con el que se juzgaba al feminismo dentro del campus, como si existiera una única forma de ser feminista.

 

Ella recalca la importancia de reconocer las múltiples luchas que atraviesan a las mujeres: la clase, la raza, la orientación sexual, la pobreza. Cada palabra suya mostraba que el feminismo universitario no era homogéneo, sino un mosaico en constante construcción.

 

Cuando empezó a hablar de los retos, sentimos la densidad de las experiencias estudiantiles: burocracias lentas, falta de justicia restaurativa, problemas entre la Unidad de Género y la Fiscalía, una normalización preocupante de la violencia de género. El relato de Luisa nos llevó a recordar comentarios, situaciones y silencios que habíamos presenciado sin saber cómo nombrarlos.

 

La potencia emocional de la militancia

 

Luego llegó el turno de Valentina Molina, socióloga en formación y fundadora de la Asamblea Feminista. Sus palabras estaban cargadas de emoción y energía. Para ella, el feminismo no era solo teoría ni militancia: era “la idea radical de que las mujeres somos seres humanos, una forma de ver, de sentir y de pensar que me da dignidad y que me libera”, una certeza que le había dado “dignidad y tranquilidad” en medio de un mundo profundamente violento. Esa frase quedó suspendida en el aire. Nosotras, que habíamos llegado a cada entrevista con nuestro propio recorrido feminista, sentimos que Valentina estaba poniendo en palabras muchas cosas que aún no sabíamos decir.

 

Valentina hablaba desde la experiencia de haber sostenido procesos colectivos que nacieron como respuesta a emergencias por violencias basadas en género; narró cómo la Asamblea Feminista nació en medio de una emergencia por violencias basadas en género, cuando no existían rutas claras ni institucionalidad suficiente para atender a las víctimas. Su historia reflejaba la fuerza del feminismo como movimiento estudiantil: un feminismo que surge del cuidado mutuo, de la indignación y del deseo profundo de transformación. Recordaba los días en los que, sin rutas claras ni apoyo institucional, las estudiantes tuvieron que organizarse para acompañarse entre ellas. De ese dolor surgieron espacios como la Asamblea Feminista y la Colectiva María Incendiaria.

 

A medida que hablaba, nos conmovió su convicción de que el feminismo debía permitir que las mujeres transitarán la universidad “en paz y tranquilidad”. También insistió en algo que quedaría resonando en nuestro relato: el feminismo no exige perfección; exige humanidad. “Ser feminista no es ser perfecta”, dijo, recordándonos que todas cargamos heridas, contradicciones y aprendizajes en proceso.

 

Comprendimos que para muchas jóvenes ser feminista no era una opción intelectual, sino una necesidad vital. Vivir en un campus donde algunas habían tenido que compartir clases con sus agresores o donde un feminicidio —como el de Sharit— aún dolía profundamente, hacía que la demanda por justicia, dignidad y seguridad fuera urgente.

 

El peso del dolor y la necesidad de la colectividad

 


En varias entrevistas surgió la mención del caso de Sharit, la estudiante asesinada mientras buscaba trabajo. El sentimiento compartido era de indignación y duelo. Aura reconocía que la comunidad estudiantil debía seguir asistiendo a plantones y movilizaciones para que “el caso no se olvide”. Valentina, por su parte, insistía en que “lo que no se nombra se olvida”, y que la mayor ayuda que podía dar cualquier mujer, incluso si no pertenecía a una colectiva, era seguir hablando del tema

 

Estos relatos mostraban cómo el feminismo en la universidad no solo era teoría o discurso: era una red de afectos, de cuidado mutuo, de rabias compartidas, de miedos cotidianos y de sueños por construir una vida universitaria más digna.

 

Tejidos de memoria, dignidad y transformación colectiva

 

Al finalizar las entrevistas, nos reunimos una tarde en una mesa larga de la biblioteca, rodeadas de libros, cuadernos y pantallazos de testimonios. El sol se filtraba entre las persianas y la universidad empezaba a vaciarse. Era momento de convertir nuestras conversaciones y reflexiones en un relato que hiciera justicia a las voces escuchadas.

 

Comprendimos que el feminismo dentro de la Universidad del Tolima es un entramado complejo en el que conviven: transformaciones institucionales, luchas estudiantiles, tensiones culturales, dolores compartidos, y sobre todo, un deseo profundo de dignidad.


Con cada entrevista, entendíamos que el feminismo en la Universidad del Tolima era un tejido complejo, diverso, conflictivo, crítico, sensible y profundamente humano. La lucha feminista dentro del campus enfrentaba obstáculos estructurales como la burocracia, la lentitud institucional y la normalización de la violencia. También debía resistir los estigmas sociales, los prejuicios y la falta de participación.

 

Pero las voces también mostraban esperanza. Natalia hablaba del camino recorrido y del crecimiento de las colectivas. Aura reconocía el compromiso creciente del profesorado. Luisa resaltaba la importancia de la interseccionalidad y los avances logrados desde los movimientos estudiantiles. Valentina recordaba que, pese a las dificultades, el feminismo era la fuerza que les permitía “existir y transitar la universidad con dignidad”.


El feminismo universitario no sólo denunciaba, también sembraba. Sembraba redes de apoyo, pedagogías nuevas, diálogos urgentes y futuros posibles. Sembraba, sobre todo, la convicción de que ninguna mujer debía estudiar, vivir o soñar con miedo.

 

Cerramos este recorrido con la certeza de que el feminismo en la universidad no era una corriente pasajera, sino una transformación en curso. Una transformación que respiraba en las aulas, en los pasillos, en las asambleas, en los abrazos entre compañeras y en el acto cotidiano de cuestionar las estructuras que oprimen.

 

Como narradoras, como estudiantes, como mujeres de esta universidad, sentimos que este relato no solo recoge voces ajenas: también recoge la nuestra. Quisimos narrar desde “nosotras” porque este trabajo no podía ser individual. Cada una aportó escucha, preguntas, sensibilidad y palabra. Cada una, además, encontró en este proceso nuevas razones para seguir cuestionando y transformando.

 

*Trabajo final del curso Antropología Cultural. Estudiantes de Enfermería de la Universidad del Tolima.




 

Bibliografía:

 

González, N. (2025). Entrevista 1. Unidad de Género. Universidad del Tolima. Transcripción De Las Entrevistas.

Falco, A. (2025). Entrevista 2. Unidad de Género. Universidad del Tolima. Transcripción De Las Entrevistas.

Ayala, L. (2025). Entrevista 3. Las Áxidas. Universidad del Tolima. Transcripción De Las Entrevistas.

Molina, V. (2025). Entrevista 4. Colectiva Feminista. Universidad del Tolima. Transcripción De Las Entrevistas.

Publicar un comentario

0 Comentarios